La escena se repite en Buenos Aires, Sao Paulo, Ciudad de México, Lima, Quito, Bogotá o Santiago; largas filas en las vías principales, conductores que se impacientan, bocinas, imprudencia, invasión de carril, ruido, violencia verbal, estrés, gases, trancón, taco, embotellamiento o como quiera llamársele. Se para y se arranca cada tres metros. Inmovilidad.
El vehículo, esa maravilla de máquina que revolucionó al mundo a finales del siglo XIX y comienzos del XX; que acortó distancias y dio origen a un nuevo estilo de vida, está asfixiando a las ciudades. A tal punto, que en muchas de ellas ya se les considera su principal enemigo.
A la capital Argentina, Buenos Aires, ingresan, diariamente, 1,4 millones de carros provenientes del conurbano; Bogotá, con casi un 1 millón de vehículos particulares, logra sacar de circulación 400 mil cada día, pero aun así, la ciudad se colapsa en corredores viales principales, mientras que en Sao Paulo la gente que viaja en auto pierde 2 horas y 43 minutos en algún tramo de los 100 kilómetros de atascos que se registran cada día, esto es, 30 millones de horas a lo largo de sus vidas.
San Juan, Puerto Rico, es un caso dramático. Apenas cuenta con una extensión territorial de 123,5 kilómetros cuadrados para 395 326 habitantes que, sin embargo, conducen 224 147 vehículos, producto -a juicio de María Juncos Gautier, directora del Centro de Estudios para el Desarrollo Sustentable- de un modelo de ciudad basado en el sueño americano: tener familia y una casa a las afueras de la ciudad, lo que obligó a construir autopistas y a movilizarse en carro.
En Quito, Ecuador, un conductor tarda una hora y 30 minutos en recorrer 12 km por una vía considerada rápida; en Montevideo, Uruguay, los buenos indicadores económicos se traducen en mayor poder adquisitivo para tener carro, lo mismo que en Lima, una ciudad en la que hay sectores en los que se circula a 5 kilómetros por hora, como San Isidro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario