Los amantes de los coches antiguos cuidan al extremo sus máquinas y compiten con ellas. La próxima semana se celebra en Gijón el Rally Murua.
Son pequeñas joyas. Pero lejos de ocultarse en fastuosos
garajes, se dejan ver y conducir por las carreteras asturianas, se lucen
en rallys y acaparan miradas más allá de las de sus orgullosos
propietarios que los miman como a bebés. Porque, pese a su edad,
conservan inmaculada carrocería y mecánica, presumen de volantes de
madera y baquelita y tienen en su currículo premios, récords e historias
que harían temblar al mismísimo Rayo McQueen y a toda su banda de
'Cars'.
La afición a los coches clásicos está en alza en
Asturias. En una semana, el día 27, se celebrará en Gijón el Rally
Murua, que organiza -con ánimo de competir- Pre-68, una agrupación que
une a los propietarios de estos autos. Es solo uno de la media docena de
clubs de amantes de estos vehículos y, purista al extremo, exige que
esas maquinas sean anteriores al año 1968. Esa es su consideración de
clásicos.
Y entre esos clásicos, un poco de todo, desde un Jaguar
cuyo precio puede alcanzar los 120.000 euros hasta un Mini que ronda los
6.000. Cristóbal Figaredo es, junto a su hermano José María, el alma
mater de un club nacido hace unos siete años. «Lo creamos para hacer el
primer Rally Murua, somos un grupo de gente al que nos gusta mucho salir
a correr fuera, a Galicia y Portugal, donde hay gran afición y nos
encanta cómo hacen las cosas. Queríamos fomentar eso aquí», detalla.
Querían competir. Porque en el mundo de los clásicos hay quien apuesta
solamente por sacar sus coches del garaje para hacerlos rodar, sin más, y
quienes quieren ponerle un poquito más de emoción y velocidad a la
cosa. En Pre-68 son de los segundos, quizá porque varios de sus
integrantes son expilotos de rallys.
Es el caso del empresario Jaime López Acha, que a finales
de los sesenta compitió con un Alpine, un Cooper 1.200 y un Simca 1.000
hasta que el matrimonio le retiró del volante. Los coches siguieron
estando ahí de otra manera hasta que al cumplir los 50 -ahora tiene 68-
se hizo así mismo el regalo perfecto: un Jaguar XK 140 verde británico
(el color verde era que los coches de Gran Bretaña utilizan en las
competiciones, mientras los italianos empleaban el rojo; los alemanes,
el plata; los franceses, el azul...) descapotable absolutamente
espectacular. Lo era en 1954 cuando salió de los talleres de Coventry y
lo es ahora, previo paso por un taller de Vigo durante dos años y
después de múltiples aventuras en Estados Unidos.
Y es que este Jaguar del que López Acha habla con
devoción tuvo su primer destino en Nueva York en aquel mismo año, cuando
aún lucía la carrocería en negro y la tapicería en rojo granate, cuando
era una auténtica virguería capaz de batir los récords de velocidad de
la época. «Es un coche con mecánica de carreras por una confusión en la
fábrica. Pasaron una orden de arriba para hacer 90 coches y alguien, al
transcribir la cifra, le añadió un cero y fabricaron 900 motores».
Corría hasta 240 kilómetros por hora. Se vendieron en todo el mundo. Y
uno de ellos está en Asturias. López Acha se lo encontró en Filadelfia
bastante deteriorado, en color rojo y con asientos de competición
porque, supuestamente, estaba siendo usado para carreras en circuitos de
tierra. Viajó en barco a Inglaterra y de allí a Vigo, donde Juan
Lumbreras empleó dos años en darle su magnífico aspecto actual. El de
Lumbreras es uno de los muchos talleres especializados en este tipo de
coches, aunque también es bastante común que los propietarios sean
aficionados a la mecánica y ellos mismos se encarguen de cuidarlos.
Entre otras cosas, porque es mucho más sencillo reparar uno de estos
autos que uno actual. Su mecánica es menos sofisticada.
Por eso, sostienen los coleccionistas, no es tan caro
como muchos pueden llegar a pensar. «Es más barato que tener un
Seiscientos», dice Íñigo Álvarez Alonso, un recién llegado a este mundo
de la mano de los hermanos Figaredo. Hace un par de años le regalaron su
Triumph MK3 Speedfire del 67 con matrícula suiza y no ha parado de
conducir. Dice que es sencillo, económico, nada ostentoso... Perfecto,
en definitiva. Y muy bueno en los rallys. «Andar en descapotable es una
sensación increíble», dice este empresario de 55 años que asegura que
esta afición es mucho más cómoda y asequible de lo que parece. «El
seguro vale 95 euros, más barato que cualquier vehículo», detalla, antes
de explicar cómo conseguir recambios es simple y económico. «Si te
falta una pieza, contactas por internet con Londres y en cuatro días la
tienes aquí». Y es que, en Inglaterra, hay 80.000 coches como el suyo. Y
allí la afición a los clásicos, como en Estados Unidos, es casi una
religión. En España, Cataluña, Galicia y Madrid lideran el ranking de
adeptos.
¿Caro o Barato?
«¿Un coche de 12.000 euros es caro?», pregunta Cristóbal
Figaredo, aficionado al motor de siempre y en cuyo garaje duermen un
Austin y un MG. Antes hubo otros. El Morris Garage de 1955 ha tenido una
vida de lo más azarosa. No solo porque los coetaneos de este modelo de
60 caballos y motor 1.600 corrían en las 24 horas de Lemans, sino, y
sobre todo, porque el coche vivió un proceso de restauración en Gijón de
nada mas y nada menos que ocho años. «Yo siempre había querido tener
este modelo, el MGA», detalla Figaredo, quien narra cómo lo halló en
Madrid y lo compró completamente desmontado y almacenado en cajas de
madera con el motor por un lado y la carrocería por el otro. Se vino a
Asturias y, cual mecano, se convirtió en lo que es hoy. Eso fue a
principios de los noventa. «No lo tengo sumado, pero yo creo que el
coste total pueden ser 12.000 euros».
Claro que ese precio, explica Fermín Aguirre, que presume
de Mini Cooper del 64, siempre o casi siempre es una buena inversión.
Raro es que estos vehículos se devalúen, sino todo lo contrario. «En
estos coches el 90% de lo que inviertes lo recuperas», dice este
expiloto de rallys. Se pasó hace tres años a los clásicos y se hizo con
el último modelo de Mini fabricado en España, de 68 caballos y motor
1.300. Es el original. No ha cambiado nada. Y va como la seda. El coche
tiene además un aliciente importante: «Lo tenemos mi hijo y yo a medias,
y es una excusa para estar juntos; él vive en Madrid y viene aquí para
competir», afirma. Eso y algo más: «Para ir a Madrid es incómodo, pero
para andar por Oviedo es fantástico, menos dirección asistida y aire
tiene de todo».
Se trata de viajar. De hacer turismo de una manera
distinta al tiempo que se compite. O hacer turismo sin más. Como Jaime
López de Acha, que se ha llevado su Jaguar a un sinfín de destinos.
«Solo caben dos personas, pero eso no es un hándicap, es una ventaja»,
bromea el empresario ovetense.
Presume Acha de su joyita, pero quien realmente tiene
motivos para sentirse orgullo de su Alpine A-110 del 68 fabricado en
Valladolid es Emeterio Fernández Álvarez. Aún guarda su hija la factura
de su carro de color rojo italiano de 175.000 pesetas -ahora andará por
los 30.000 euros- con el que ganó en 1971 el Campeonato de Asturias de
Rallys. «Competí nada más que cuatro años», rememora Emeterio, quien,
tras dejarlo, jubiló el coche en el garaje hasta que hoy, convertido en
clásico, lo ha vuelto a poner a rodar. «Esto ya es otro tipo de
competición, nos lo tomamos en serio pero sin complicaciones», dice
Emeterio, que a sus 82 años sigue tan enganchado al motor como cuando
era un chaval.
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