domingo, 25 de marzo de 2012

BMW está Dispuesto a Cambiar la Historia.

La más reciente generación del M5 pretende desafiar la tradición de este vehículo, incorporando un motor turbocargado y una transmisión de siete cambios.

 Con la mente en blanco y el pulso aún acelerado un flash me trae a la cabeza la palabra fascinación, que según el diccionario de la Real Academia Española significa alucinación, atracción irresistible, pues con esas once letras es posible encontrar una descripción perfecta para la creación de los ingenieros de BMW que han desarrollado la nueva generación del M5, un bólido que definitivamente marcará un capítulo en la historia de la firma bávara.

Nuevas marcas, cifras y escandalosos números serán insuficientes para explicar lo que este auto es capaz de hacerle sentir al privilegiado que puede ponerle las manos encima, pues aún el más frío piloto no puede ser inmune al poder absoluto, que amenazan con
corromperte absolutamente.
Sólo quienes han tenido la oportunidad de conducir autos de similares características podrán evaluar a este fuera de serie con objetividad, pues es capaz de provocar sensaciones poco convencionales, en parte gracias a su motor turbocargado de ocho cilindros de 560 caballos de fuerza, que comienza a empujar prácticamente al recargar el pie en el acelerador, con entrega de torque desde las 1500 revoluciones por minuto. Quienes no estén acostumbrados a la fuerza de 501 libras pie bajo el pedal del acelerador, no tendrán ni referencias ni punto de comparación para reconocer la grandeza de este vehículo, un auténtico privilegiado en las ligas mayores.
Aunque por fuera los cambios no lucen tan radicales con respecto a la anterior generación, lo cierto es que éste es un auto completamente nuevo, debido a los profundos cambios que sufre en su mecánica ya que, a pesar de que se conservaron los pilares de su éxito, innovaron en variantes coyunturales comenzando por el motor, que por primera vez en la historia de la división será turbocargado, rompiendo con una tradición mítica, que sigue los pasos a una nueva historia iniciada por modelos como X5, X6 y 1M.


Aún antes de subirte a él te estremece. Desde que llegó a la redacción del periódico Excélsior, la idea de salir a probarlo ya había nublado nuestra objetividad, haciendo prácticamente imposible concentrarnos en otra cosa que no fuera planear la huída, pero el destino tenía preparada otra cosa para nosotros.
Con un viaje en puerta y una cita a primera hora en el aeropuerto de la Ciudad de México nos disponíamos a salir de la redacción al filo de la media noche, la prueba del M5 quedaría pendiente para el día de nuestro regreso, fue en ese momento que caímos en la cuenta de que no traíamos el pasaporte con nosotros y que se había quedado en Cuernavaca. Un par de horas antes de tener que reportarnos y casi 300 kilómetros por recorrer, difícil encontrar un mejor reto para saber de qué estaba hecho este auto.
Desde que bajó del elevador su mirada nos enganchó, sus casi cinco metros lucen imponentes, e incrédulos abordamos a la bestia, aún con cautela pues es difícil creer que un auto tan largo y con tracción trasera sea capaz de mantenerse en control, sobre todo a altas velocidades.

No nos tomó más de un instante para darnos cuenta que estaba hecho de algo distinto. Acabados, materiales, diseño y equipamiento ultra sofisticados, aunque es su mecánica lo que lo pone muy por encima del resto de los autos, para él mortales, pues pertenece a un exclusivo grupo con acceso al Olimpo.  
Para engranar la transmisión hay que manipular una nueva versión del joystick que distingue a la firma, a través de ese sistema se controla una caja de doble embrague de siete cambios M DKG Drivelogic, que es capaz de exprimir todas las cualidades del motor. En cuanto entendimos cómo funcionaba no resistimos la tentación de activar el modo manual con el cual es posible controlar los cambios desde las paletas ubicadas detrás del volante, definitivamente la forma más divertida de hacerlo y tal vez lo más cercano a la caja manual que siempre caracterizó a los modelos M.
Esta transmisión tiene varias particularidades y ya sobre el segundo piso del periférico nos dimos cuenta que en caso de ser necesario nos permitiría llevar las revoluciones tan arriba como sea necesario, tal como si estuviéramos manipulando una caja manual.


A diferencia de otros sedanes deportivos en este BMW la marca nos permite regular prácticamente todo: la dureza de la suspensión y la dirección, la respuesta del acelerador e incluso la velocidad de los cambios, en distintos modos que van desde la forma más cómoda o ahorradora hasta la más deportiva, que casi siempre es la que más castiga los consumos. Afortunadamente nosotros traíamos el tanque lleno y bastaron un par de kilómetros para que empezáramos a experimentar el máximo nivel de deportividad, que es posible combinar con la desconexión de algunas asistencias electrónicas, para que por seguridad no se corte el impulso del motor a la menor provocación.
No tardamos en olvidarnos que detrás nuestro traíamos una larga cajuela, dos puertas más y una segunda fila de asientos muy confortable. En cuanto pagamos la caseta el auto se convirtió en un biplaza comenzando a jugar con la impetuosa tracción trasera, que si bien es cierto impulsa el auto de maravilla, también demanda tener cuidado con las manos, sobre todo si se tiene el auto en el modo más deportivo y sin las asistencias electrónicas activadas.
A más de 2800 metros sobre el nivel del mar perdimos el argumento más purista que extrañaba el motor V10 de aspiración normal, el cual solía mover a la anterior generación del M5 y que encontraba la plenitud de su torque por encima de las seis mil revoluciones por minuto, pues con este nuevo motor en las curvas en subida bastaba llevar las revoluciones apenas por encima de las 2200 para encontrar la potencia necesaria para salir acelerando en cada maniobra. Como dice nuestro buen amigo Julián Argüelles, ingeniero de BMW, esta tecnología no ofrece una curva, sino una auténtica meseta de torque que comienza desde las 1500 revoluciones por minuto.
Poco antes de llegar al poblado de Tres Marías y con el asfalto rondando los cero grados centígrados tuvimos que conectar parte de las asistencias y llamó nuestra atención que, incluso en ese momento, el auto seguía siento muy divertido. Poco después cruzamos La Pera y en un santiamén estábamos tomando el pasaporte y la bendición para ir de vuelta a la Ciudad de México.
En tiempo récord habíamos ido y venido a Cuernavaca y aun con tiempo de sobra pasamos por la maleta a casa, dejamos el carro nuevamente en las oficinas del periódico y tomamos el taxi  rumbo al aeropuerto. Fue en ese momento cuando el nivel de consumo llamó nuestra atención, pues aunque no habíamos logrado lo prometido por la marca (10.1 kilómetros por litro), a pesar de la velocidad y de un par de acelerones para escuchar el increíble sonido de su motor sí rondamos consumos cercanos a los 12 kilómetros por litro.
Fue lamentable el no poder poner a prueba todas las ameninades que presume este vehículo, incluida la conexión con redes sociales a través de su pantalla de 10.2 pulgadas y el sistema de audio Hi-Fi Professional con 16 bocinas y 600 Watts de potencia, sin embargo la experiencia que tuvimos a bordo bien valió la pena para perdernos la sala de conciertos móvil.
Para comprar un auto así hay que tener dos cosas: la primera unos cuantos miles de dólares, la segunda pasión por la adrenalina, pues la imagen lujosa y confortable de este vehículo esconde una bestia dispuesta a sacar lo peor de ti, cuando de límites de velocidad se trata, que promete llevarte en 4.4 segundos de cero a cien kilómetros por hora con la sensación del Kilauea de Six Flags incluida.

 

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