lunes, 31 de octubre de 2011

Autos de lujo y Estado de Derecho.

En Puebla ni nuestro procurador ni nuestro secretario de Seguridad Pública se andan con escrúpulos tontos como la falta de una mugrosa orden. 

Hace unas noches, en las calles de Polanco, un barrio de alcurnia en la Ciudad de México, a un jovencito de 27 años le dio por disparar una pistola hacia un centro nocturno. El mocoso, acompañado y seguido por sus escoltas (vulgo: guaruras), manejaba un Lamborghini último modelo. Las cámaras de seguridad siguieron al vehículo durante todo su recorrido hasta llegar al domicilio del muchacho, ubicado en el muy exclusivo fraccionamiento de Bosques de las Lomas.

Pocas horas después, el doctor Manuel Mondragón y Kalb, secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, declaró, tajante, a la prensa: “Lo vamos a agarrar”. Un poco más tarde, Miguel Ángel Mancera, procurador General de Justicia, describía, con lujo de detalles, el camino seguido por el delincuente, las placas del vehículo, las de la camioneta de su custodio, el nombre y dirección del sospechoso.

Sin embargo, a pregunta expresa, explicó que no podía detener al mocoso, ni incautar su coche, ya que carecía de órdenes de aprehensión y de cateo. Afortunadamente, el chavo se presentó voluntariamente, horas después, en las instalaciones de la PGJ, con todo y coche, junto con su guarura. Al rato lo dejaron libre, ya que en nuestro país, el andar disparando armas de fuego en la vía pública no se considera delito grave. Es, como quién dice, igual que pasarse un alto o estacionarse en lugar prohibido.

Esta historia trajo a mi mente una serie de pensamientos que me han tenido de muy mal humor en los últimos días.

Primero me dio mucho coraje ver que un mozalbete ande con el coche con el que siempre he soñado. Incluso me embargo el reproche hacia mi finado padre por no haber sido millonario para satisfacer mis merecidos gustos. Sin embargo, recapacité. Si para tener un Lamborghini hay que andar con guaruras. Nomás no. Eso no se me da. ¡Qué hueva no poder ni siquiera poder ir a hacer pipí solo!

Después, pensé en Puebla. Evidentemente, aquí, ni nuestro procurador ni nuestro secretario de Seguridad Pública se andan con escrúpulos tontos como la falta de una mugrosa orden de aprehensión o de cateo. Don Ardelio hubiera declarado lo mismo que don Manuel. Con un chasquido de dedos, hubiera pronunciado un sonoro “¡Ya!” y sus muchachos hubieran salido a agarrar al presunto culpable.

Un rato más tarde, en las instalaciones de la PGJ hubieran sido presentados, antes de un muy merecido arraigo y previa “calentadita” de rigor, unos cinco o seis sospechosos confesos junto con sus vehículos, que irían desde algún Mercedes Benz que pasaba por ahí, hasta un modesto Tsuru y, ¿por qué  no? Dos o tres “vochitos” que, de noche, dan el gatazo de ser lujosos y deportivos. Es más, cada uno de los “asegurados” iría acompañado por sus respectivos guaruras.

Dentro de treinta días, al salir del arraigo, se pediría a algún juez el acto de formal prisión para varios de los detenidos, fichitas todos, tal y como constaría en los expedientes respectivos. También, ¿quién les manda andar tirando balazos en la avenida Juárez? Aunque uno estuviera en su casa en Amozoc, otro en la colonia del Cármen, un tercero en Cholula y así consecutivamente.

Fuera de chistes, afortunadamente el incidente de Polanco no pasó a mayores, pero sobre todo, lo más importante es ver que en nuestro país, en la capital federal precisamente, hay funcionarios públicos que están conscientes de su deber y de su responsabilidad y que desempeñan sus funciones en estricto apego a la ley. Eso se llama Estado de Derecho.

Ojalá y cunda ese ejemplo en todos y cada uno de los estados y municipios mexicanos.

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